Sirena gris perla

Aquel lejano atardecer dije adiós a la arena con lágrimas en los ojos. Zarpé en busca del horizonte que tantas veces encontré en tus ojos y puse rumbo al mar de la esperanza. Crucé el gris océano al amparo de la soledad y perdí el timón en más de una mádrugada abrazado a un corazón de salitre.

Muchos amaneceres te soñé entre oleajes y marejadas, mil tormentas relaté en la bitácora de los sueños rotos y aprendí a dormir rodeado de noctámbulas estrellas. Memoricé ténues puntos de luz en el cielo y con ellos perfilé tu rostro en más de una ocasión.

Busqué la sirena gris perla de los cuentos olvidados, la de los cabellos de plata. Pregunté a la Luna donde dormían, donde soñaban las hadas de los arrecifes color arcoiris. Y por fin llegué hasta tí. Me enamoré de tu piel y de tus labios salados. Enlacé mi destino al baile de tu cuerpo mientras las olas nos arroparon mas allá de los suspiros.

Nos alejamos perdidos en caricias hasta llegar al puerto de la melancolía y fué allí donde comprendimos que el mar guardaba tu corazón a pesar que tu robastes el mío. Lancé el ancla en aquella despedida y me regalaste una última sonrisa de luz mientras te perdías en la oscuridad del mar.

Y así, junto a la orilla de muchos precipicios, lanzando al mar miles de rosas amarillas, cada noche regreso a los faros donde duermen las sirenas gris perla, intentando escuchar en la lejanía la dulce melodía de sus cantos. En cada puerto, en cada destino.