La mujer de porcelana
Todas las semanas me gusta pasear por la ciudad, ir con mi música en mi mp3 y hacer alguna que otra compra. Normalmente siempre suelo ir por el centro de la ciudad, por la gran vía. Camino entre el bullicio de la gente, rodeado de las prisas de unos y de las miradas sin vida de los maniquíes mas a la moda. Cada día se ven caras nuevas y escaparates adornados con luces llamativas que lanzan guiños para desenfundar la tarjeta de crédito.
Todo eso cambia excepto una cosa, excepto una figura que me la encuentro todos los días en el mismo lugar y por la que siento una profunda admiración. Junto a las puertas de uno de los mayores centros comerciales de la ciudad allí me encuentro con una mujer subida en un viejo cajón adornado con telas, telas a juego con su traje de faena. Ella es un mimo. Muchos días paso desapercibido pero el otro día me acerque a echarle unas monedas y a poder mirarla a los ojos de cerca.
Bajo el maquillaje blanco se disimulan las arrugas de una mujer que si no me equivoco supera los 50 años. De mediana estatura subida a ese cajón otea la vida ajetreada de la gente que pasamos por delante de sus ojos. Unos ojos que denotan una tristeza a juego con el gesto de su cara.
En su mano una rosa roja hace de contraste con su indumentaria carente de colores. Un pequeño pañuelo negro le sirve para ocultar el poco pelo que aparenta.
Y así permanece inmóvil hasta que el sonido de una moneda activa su mecanismo y logra que te regale una sonrisa a veces acompañada con una pequeña reverencia. Así mañanas y tardes. Días de Sol y días de lluvia. Todas las veces que paso la veo y ya para mi es algo fijo entre ese mar de cemento que es la ciudad.
El otro día me la crucé al final de su jornada andando calle abajo. En una mano el cajón y en la otra una bolsita con el dinero ganado y como no, esa flor roja que tan sutilmente sostiene esa mujer, la mujer de porcelana.
Todo eso cambia excepto una cosa, excepto una figura que me la encuentro todos los días en el mismo lugar y por la que siento una profunda admiración. Junto a las puertas de uno de los mayores centros comerciales de la ciudad allí me encuentro con una mujer subida en un viejo cajón adornado con telas, telas a juego con su traje de faena. Ella es un mimo. Muchos días paso desapercibido pero el otro día me acerque a echarle unas monedas y a poder mirarla a los ojos de cerca.
Bajo el maquillaje blanco se disimulan las arrugas de una mujer que si no me equivoco supera los 50 años. De mediana estatura subida a ese cajón otea la vida ajetreada de la gente que pasamos por delante de sus ojos. Unos ojos que denotan una tristeza a juego con el gesto de su cara.
En su mano una rosa roja hace de contraste con su indumentaria carente de colores. Un pequeño pañuelo negro le sirve para ocultar el poco pelo que aparenta.
Y así permanece inmóvil hasta que el sonido de una moneda activa su mecanismo y logra que te regale una sonrisa a veces acompañada con una pequeña reverencia. Así mañanas y tardes. Días de Sol y días de lluvia. Todas las veces que paso la veo y ya para mi es algo fijo entre ese mar de cemento que es la ciudad.
El otro día me la crucé al final de su jornada andando calle abajo. En una mano el cajón y en la otra una bolsita con el dinero ganado y como no, esa flor roja que tan sutilmente sostiene esa mujer, la mujer de porcelana.
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